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LA DANZA DEL VIENTRE

Publicado en  La Eco -Enero 2008

Por Ines Diaz



Lejos de ser una moda pasajera, la Danza del Vientre ha echado raíces en  occidente y  es reconocida  como un arte y  como una técnica para el bienestar y la salud.
No busca los  despliegues en el escenario, ni lo grande, ni lo rápido, ni lo poderoso. Busca la energía de la tierra misma, despliega su potencial en las caderas,  la eleva ascendiendo por el cuerpo y finalmente la ofrece al cielo en un gesto delicado de las manos, una mirada…

Esta danza  nos sumerge en el principio femenino, en  el  erotismo,  la poderosa fuerza de lo sutil. Sus movimientos nos invitan a relajarnos permitiendo que brote la gracia natural; ese “brillo” particular  que nos hace irrepetibles. No resulta sensual por el hecho que la bailarina use determinado traje, o porqué mueva determinada parte del cuerpo, sino porqué en su danza se conecta con las sensaciones que produce el movimiento.
Cautiva su estética, que nos habla de mujeres lejanas de otros tiempos y otras tierras. Sinceramente no creo que  se trate solo del gusto por lo exótico. Es un acercamiento a las otras caras de lo femenino.  Eva y Maria, que son los dos rostros que nos ofrece nuestra cultura  para sentirnos mujer (independientemente de la religión que practiquemos, son iconos que habitan nuestra psique), no abarcan la totalidad del universo femenino. Por eso nos llaman los ecos de diosas olvidadas pero latentes en ser que buscan un canal para expresarse y un espejo donde mirarse. Al reunirnos a golpear y girar nuestras caderas, estamos reconectándonos con nuestras raíces ancestrales, el legado matriarcal que celebra la fertilidad, los ciclos de la vida y la muerte, el reino de los sueños y lo desconocido.
De la larga lista de beneficios que aporta esta práctica, comenzaremos citando el más olvidado: el de recuperar el trabajo en grupos, los círculos, la alegría que circula entre pares.
Lejos de la competitividad, lejos de la búsqueda angustiosa del “éxito”, el trabajo en grupos es un campo abierto para la solidaridad y la retroalimentación, esa que nos permite, gracias a alguien que me sirve de espejo, llegar mas allá de mi misma.
La Danza del Vientre esta siendo hoy en día un espacio en el que cultivamos esta manera de relacionarnos.
Cuando estamos bailando y una mujer se muestra generosamente, es decir, sin que se guarde nada dentro, brindando todo lo que ella es, está generando un alud detrás suyo. De pronto al quitarse ella el velo, no un velo real, sino el velo de la vergüenza y los complejos, las demás compañeras que presencian su danza se quitan también su propio velo.
Es un hermoso, magnífico efecto dominó que no deja indiferente a nadie.
De esta manera estamos tejiendo una red en la que nos animamos mutuamente. Estamos celebrando nuestros cuerpos de mujer. Estamos preservando un espacio para la alegría. Estamos comunicándonos más allá de las palabras desde lo más profundo, con nuestra presencia, el movimiento, el gesto, la mirada…
Atrás quedaron los complejos, olvidados, sin esa cuota de atención permanente se convierten en lo que son: un espejismo, una creación inútil de nuestra mente.
Al movilizar nuestros úteros dormidos (desde generaciones atrás) podemos redescubrir la sexualidad con otros ojos, hacerla nuestra y quitarnos de encima la mirada exigente y cruel que nos exige ser de una forma y no de otra. Así el concepto de belleza pasa de ser una imagen externa que queremos alcanzar a convertirse en una vivencia, un estado que surge de la armonía del movimiento, de la absoluta conciencia del aquí y ahora, de la energía que fluye de nuevos manantiales y circula por todos los rincones de  nuestro cuerpo.
Mujeres de todas las edades y todas las tallas se acercan a las clases, se enfrentan cara a cara con sus complejos y su desencuentro con el cuerpo. A veces, para empezar a bailar hay que desandar hábitos y actitudes que están escritas en nuestra postura como si se tratara de una hoja en blanco. Miedos, tensión, bloqueo emocional… todo deja una huella  que  se desdibuja con conciencia, constancia y la transformación que opera en nosotras la alegría del movimiento.

BENEFICIOS

Al aprender algo, creamos nuevas sinapsis. Cuando estamos ante la maravilla de crear una nueva conexión neuronal  somos capaces de abandonar las antiguas conexiones que queremos dejar atrás. Es decir, que si queremos dejar un hábito, no es suficiente con desearlo: hay que crear uno nuevo.
Esta es  una actividad creativa y placentera que nos entrena en el hábito del bienestar, aporta un baño químico saludable a todo el organismo. Esto puede llegar a ser una rutina más en nuestra vida. No hace falta esperar a que un día cualquiera nos sintamos bien porqué tuvimos más “suerte” que otro. Está en nuestras manos mejorar nuestra calidad de vida.
El primer beneficio que nos ofrece esta danza es la mejora en el sistema digestivo, ya que al movilizar  la zona del intestino este se activa y se regulariza. De la misma manera, quienes tengan problemas con el ciclo menstrual, como irregularidad o dolor durante la regla, obtendrán mejoras a medio plazo.
            Si bien utilizamos y tonificamos la musculatura de todo el cuerpo, es en el tronco donde se centra la mayor parte del trabajo. Al fortalecer la musculatura interna abdominal (el cinturón que protege los órganos, también llamado “centro de poder”), se aligera a la columna de la carga excesiva que solemos desplazar hacia la zona lumbar, lo cual nos ayuda a conseguir una postura mejor, más flexibilidad en la espalda y, por supuesto, mayor conciencia y dominio corporal.
La danza del vientre bien practicada nos da una sensación de alivio en las vértebras lumbares, porqué el movimiento separa el espacio que hay entre ellas en vez de comprimirlo (como sucede cuando sacamos el “culo afuera”).
Como trabaja directa e indirectamente la zona perineal, es muy recomendable para futuras mamas, así como para la recuperación post-parto y para prevenir o curar la incontinencia de orina.
La columna, como la principal vía de comunicación del sistema nervioso, es la conexión entre el exterior y los centros superiores, o dicho de otro modo, entre lo externo y lo interno. Los bloqueos en esta zona son exactamente la señal de una mala comunicación con la vida, que pueden mejorarse  gracias al  movimiento. Rotaciones y  ondulaciones nos ayudaran a darnos fluidez, a acercarnos a las respuestas correctas.
            Por lo que respecta a la mente, desarrolla la concentración y la coordinación, ya que exige un trabajo simultáneo: mientras que la cadera sigue los ritmos, el torso y los brazos acompañan la melodía.
El movimiento afecta al pensamiento. La rutina  nos propone el sedentarismo o los movimientos repetitivos, según sea el trabajo que realicemos. Los mismos grupos musculares activándose una y otra vez repercuten en el pensamiento como un incesante repetir de imágenes y frases sin cambio. Las mismas respuestas, las mismas elecciones. Al sumergirse en el fluir del movimiento, la mente alcanza el estado de reposo necesario para crear nuevos caminos en nuestro pensamiento.
Creo que lo más sorprendente, referente a las emociones, es descubrir que podemos mover el torso. Fuera de este arte, el pecho, que es el centro de nuestras emociones (donde se encuentran los chacras de lo afectivo y lo expresivo), prácticamente no se usa. Me atrevo a decir que cada día que pasa se usa menos.  Así nuestra caja torácica, los pulmones, el corazón, no se expanden, y la musculatura está inactiva: ¡Definitivamente nuestras emociones no se mueven como realmente podrían hacerlo!

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